Últimamente, se viene hablando cada vez con una más general
aceptación, por parte de los distintos sectores socioeconómicos, de la renta
mínima, ya sea de inserción o garantizada.
A primera vista, parece una necesaria medida socialdemócrata, y no
dudo de la buena intención de quienes la proponen de buena fe, como un derecho
inalienable.
La revolución tecnológica que se nos ha echado encima, no deja
prácticamente alternativa para millones de personas que nunca encontrarán un
empleo, porque simplemente ya no existen, tendremos que acostumbrarnos a que no
hay trabajo para todos, y ante esta tendencia, será previsiblemente la única
posibilidad de ingresos para la supervivencia de grandes masas de población.
En días pasados, escuché en un programa de radio a un economista,
decir que la sociedad se divide “a grandes rasgos” en tres grupos (aunque no
tienen que ser exactamente estas proporciones):
1/3 de población que ni ha sufrido la crisis, ni la va a sufrir y
que además ha salido beneficiada.
Otro 1/3 de personas que aunque han sufrido la crisis y la van a
seguir sufriendo, van tirando como pueden.
Y otro 1/3 que han sufrido gravemente sus consecuencias y que
difícilmente se recuperarán.
Visto así el panorama, parece inevitable la implementación de una
medida como la de renta mínima, para quienes no tienen otra forma de vivir. Como
que, “es de cajón”, que es inevitable que una medida socialdemócrata no se
atienda por lo injusto que sería no hacerlo. Un triunfo del progresismo en esta
locura de sociedad capitalista.
Pero, ¿Por qué los neoliberales no ponen el grito en el cielo ante
semejante mamandurria?, ¿Qué parece esconderse en los recovecos de esta renta?.
Si nos fijamos bien, una renta económica a un conjunto de población
a cambio de ningún trabajo, sin esfuerzo, porque yo lo valgo, que para eso nací
en este país de buena gente bienintencionada; me pregunto yo, si realmente podría
no ser una medida solidaria de ayuda a personas que lo necesitan, para
ayudarles a salir de esa situación, sino posiblemente, más bien una medida de
caridad interesada y esclavizadora, una manera de someter y dominar a sus
perceptores, por ejemplo condicionando a quién votan en las elecciones a
representantes políticos, ya que si no votas a “quien debes”, podríamos retirar
tal medida, y ¿Entonces de qué vivirás?...
Parece como si hubieran calculado ante la inevitabilidad de tal
situación, cual es el coste de mantener tranquilos pero controlados, a los
desheredados del sistema. Una especie de caridad a tanto fijo, que no hace
falta que mendigues molestando y afeando la ciudad; [quédate en tu solución
habitacional y no protestes, de lo contrario podrías perderla].
Para nuestros queridos neoliberales, la caridad es un gasto
variable, y un derecho de solidaridad tributaria un gasto fijo. Ya sabemos que
ellos odian los gastos fijos.
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